lunes, 7 de noviembre de 2011

"Olor Frutal"

Olor frutal no es un nombre que escogí al azar para este blog. Es el nombre del poema más hermoso que existe para mí. Lo escribió Juana de Ibarbourou, gran poetisa uruguaya (1892- 1979) a quien  no recuerdo como conocí en mi adolescencia (seguramente sucedió cuando descubrí la poesía de manos de mujeres: Alejandra Pizarnik, Dolly Mejía, Alfonsina Storni, entre otras). Tuve un papelito con el poema guardado como un tesoro por varios años, metido en mi cuaderno de notas, donde podía releerlo  y deleitarme con él en cada lectura. Lo guardé  hasta que estuve tan enamorada que (en entrega absoluta, sin sacarle siquiera una copia) se lo dí a quien creí el amor más grande que tendría. De esa forma perdí el poema -después también al amor- pero lo recordaba de memoria, siempre queriendo conocer  más material de la autora, un libro entero, otros poemas. Nunca pude encontrar nada, y fue sólo con la llegada de internet que pude tenerlo.  Hasta ahí creí que podía llegar, pero me equivocaba: hace poco conocí un nuevo amor, quien además de conocer bien el poema,  tiene el libro que  lo contiene (Raíz Salvaje, Montevideo 1922). La cosa es aún más bonita para mí, pues su libro es la primera edición firmada por la mismísima Juana, encontrado por él en una librería de viejo en Montevideo  días antes de conocernos.  Ya no tengo un papelito, ahora tengo el libro (que este amor quiso darme al saber la historia); tenerlo conmigo y poder hojearlo cada vez que quiero es algo muy especial que nunca me imaginé. Eso si: ¡espero no perder el amor esta vez!

OLOR FRUTAL - Juana de Ibarbourou

Con membrillos maduros
Perfumo los armarios.
Tiene toda mi ropa
    Un aroma frutal que da a mi cuerpo
    Un constante sabor a primavera.

Cuando de los estantes
Pulidos y profundos
Saco un brazado blanco
De ropa íntima,
Por el cuarto se esparce
Un ambiente de huerto.

    ¡Parece que tuviera en los armarios
    Preso al Verano!

Ese perfume es mío. Besarás mil mujeres
Jóvenes y amorosas, más ninguna,
Te dará esta impresión de amor agreste
    Que yo te doy.

Por eso, en mis armarios
Guardo frutas maduras
    Y entre los pliegues de la ropa íntima
    Escondo, con manojos de vetiver,
    Membrillos redondos y pintones.

Mi piel está impregnada
De esa fragancia viva.
    Besarás mil mujeres, mas ninguna,
    Te dará esta impresión de arroyo y selva
Que yo te doy.


jueves, 3 de noviembre de 2011

Cuando grande quiero ser...

Un recuerdo muy vívido viene a mi mente: los amigos de mi papá están reunidos en nuestra casa, y él mirándome con ternura pregunta: ¿qué es lo que vas a ser cuando grande? Yo, que tengo 8 años respondo tranquilamente: monja o modelo. Resuenan carcajadas y veo en sus caras hasta lágrimas (de risa) con la respuesta. Yo no entiendo que pasa, para mí en ese entonces son opciones normales, ni  descabelladas, ni extremas, ni opuestas. Los raros son estos señores que se toman un trago y se vuelven más simpáticos con los niños y ¡todo les da risa!
Crecí y  por fortuna no fui ni lo uno ni lo otro, pero nunca  entendí esa respuesta; la parte de modelo todavía no la entiendo pues  el chip de  la vanidad nunca lo he tenido muy presente; la otra es también extraña pues en mi vida la parte religiosa ha sido más bien parca; finalmente después de muchos años, creo haberle encontrado explicación a la parte de ser monja: lo que yo quería ser era profesora, y mi referente eran las monjas Escolapias que me educaban, entonces yo –por un par de años, no me demoré mucho en descubrir lo aburridoras que eran sus vidas - decidí que quería ser monja como ellas. Como la respuesta venía de una niña necia, juguetona y charra, sólo podía despertar risas, pero si al terminar el colegio hubiera entendido esa respuesta (que todavía hoy es chiste en mi familia) tal vez habría podido estudiar una carrera en Pedagogía en lugar de estudiar Sociología que según muchos no sirve para nada.