miércoles, 20 de junio de 2012

Home sweet home

Siempre me ha impresionado mucho que la gente no sienta un vínculo muy fuerte con su casa: que les parezca aburridor quedarse en ella, que les dé lo mismo lo que ahí tienen, que no cuiden lo poco o mucho que tengan a su alrededor, que no le impriman toques de su historia al espacio que habitan. Yo siempre he querido mucho mi casa, el lugar donde he vivido con mi familia, sola, en pareja. Antes no dependía de mi la elección, pero por lo menos mi espacio privado lo he tenido siempre como he querido: viendo lo que me gusta ver cuando abro los ojos en la mañana, teniendo mis cosas en el orden que me gusta, poniendo objetos que me hagan la vida mas agradable; soy muy casera, adoro estar en mi casa y es por eso que desde que pude elegir mi lugar para vivir me he empeñado en encontrar un lugar del cual me enamore a primera vista. Es así como he tenido ya varios amores, pero el último me tiene  especialmente feliz pues tiene un encanto único: ahora mi vista es un enorme guadual por el que pasa una quebrada con su arrullo, el viento fresco entra dando vueltas por  todos los rincones, me despierta el  escándalo de las parejas de guacamayas que irrumpen desde lejos por la mañana y son mi espectáculo favorito al final de la tarde.

Yo en mi casa no quiero tener cosas que no me gusten, que no signifiquen nada para mí, ni quiero tener cosas puestas simplemente porque el consumismo así lo impone, pero que realmente yo no necesito ni disfruto. Siempre quiero sentirme en mi casa tan cómoda y tan feliz que no quiera salir de ahí; me paso pensando en qué arreglar, qué cambiar, qué puede tener otro uso, etc. Para mí la casa es - sin lugar a dudas - el lugar más importante y significativo, donde uno puede ser lo que es, estar tranquilo, pensar, refugiarse, querer. El encanto de una casa nada tiene que ver con la capacidad económica del dueño pues  sin recuerdos, sin espíritu, sin detalles, no se tiene nada. Hay casas llenas de cosas ostentosas que finalmente se perciben vacías, llenas de opulencia y sin carácter. El encanto de la austeridad y la practicidad se conjugan con el sentir para lograr tener una casa acogedora. Me encanta conocer casas donde la gente realmente vive y eso puede sentirse al entrar por la puerta; otras en cambio, no tienen ni el más mínimo calor de quienes la habitan: esas me resultan invivibles.

Estoy leyendo un libro interesantísimo: "En casa. Una breve historia de la vida privada" de Bill Bryson y es muy bonito ver como la humanidad fué amoldando su lugar de habitación según necesidades, posibilidades  y estilos de vida. Allí he podido constatar que mi relación con la casa no es una obsesión mía, sino algo muy natural que ha estado presente en la humanidad por siglos. Creo entender lo que pasa conmigo: ahora la vida es tan acelerada, la gente piensa tanto en otras cosas (el trabajo, el ejercicio, las compras, etc.) que lo último que quieren es estar en casa. Yo en cambio quiero salir poco, ir a mi trabajo, al mercado, visitar a quienes quiero y el resto del tiempo... estar en casa. (Compruebo una vez más que soy felizmente pasada de moda.)