domingo, 26 de mayo de 2013

¿Grupo de chat? No, gracias.


Los padres de cada salón del colegio de mis hijos decidieron crear un grupo en whatsApp para estar en contacto; obviamente me incluyeron a mí y yo al principio no le vi ningún problema. Empezaron a hablar cada tarde, preguntando por las tareas para el día siguiente y yo, madre afortunada de dos chicos responsables, no tenía mucho que decir pues en mi caso, mis hijos saben siempre exactamente sus deberes, la fecha y el material que necesitan. Mandaban fotos de tareas, de libros, uniformes, disfraces, chistes, entre otras. Pasaron entonces - como era de esperarse - a descargar la falta de responsabilidad de sus hijos en la profesora y se dieron a la tarea de quejarse y despotricar de ella. De tanto comunicarse se empezaron a hacer muy amigos y entonces empezaron a planear fiestas de ¨integración¨, con preguntas e ideas todo el tiempo. A ese punto, mi paciencia y recelo con la tranquilidad y privacidad estaban al límite, pero salirse del grupo (algo que los papás fueron haciendo uno a uno hasta que sólo quedamos las mamás) era un paso brusco, un corte muy tajante con el resto de las mamás pero la verdad no me interesaba lo que discutían, no participaba y peor aún, detestaba recibir cientos de mensajes.

Un día que amanecí valiente y en contacto cercano con mi lado masculino, tomé la decisión y entonces lo hice; hundí el botón y cuando el celular me pregunto si estaba segura dije si con ganas; dejé el grupo y ellas debieron leer con cierta rabiecita parecida a la que debían sentir cuando yo no respondía los mensajes, pero esta vez mayor: mamá de B (y G) ha abandonado el grupo. 

Si bien las posibilidades de comunicación de las que disponemos hoy se han convertido en herramientas indispensables para la vida, existen momentos en los que algunos - como yo, por supuesto- sentimos que la interacción ¡es demasiada!