jueves, 18 de septiembre de 2014

Valentina no, ¡valentía!

Muchas más parejas deberían decir abiertamente: no queremos tener hijos. Muchas más mujeres deberían decir también: yo no creo que sería una buena mamá, no me veo en ese papel (papel de vital importancia: siendo realista, no feminista). Los hombres que no quieren renunciar a sus egos y a sus hobbies, que ni saben lo que quieren en la vida, deberían tener la sensatez de buscar mujeres cuya característica más notoria sea la de no ser Susanitas...así, sin misterio. La motivación para formar una familia no puede ser la presión de grupos de amigos que empiezan a hacerlo como si se tratara de la adquisición de nuevos bienes o la fabricación un producto en serie. Tener un hijo no es comprar una camioneta para pegarle calcomanías de muñequitos que muestran familias felices. ¡Por Dios! conózcanse a ustedes mismos, demuestren valentía frente a la sociedad en la que viven y  sean consecuentes (habiendo tanto perro y gato callejero para adoptar...).

Nos evitarían tantos dolores ( y no de cabeza, ¡de corazón! ) a los profesores que vemos cómo  nuestros alumnos pasan solos en sus casas, se  sienten poco amados por sus padres y buscan el calor en los brazos de sus maestros. Tragedia de muchos niños de clase media alta en esta ciudad: 

hijos huérfanos de padres vivos...

lunes, 7 de julio de 2014

Hallazgo



Esta señora se llamaba Dolly Mejía Moreno, nació en Jericó (Antioquia) en 1920 y se murió en 1975, el año en que yo nací. La descubrí en mis años de juventud, la época en la que más cosas que me gustan podía hacer, y me enamoré perdidamente de su poesía. Tiene - a mi modo ignorante de ver- un dolor y una suavidad que mezclados producen poemas tan hermosos como este que acabo de encontrar en un blog que lleva su nombre, y en el que tendré que confiar pues no es tarea fácil encontrar sobre su obra. Después pondré el poema con el que la conocí:¨Del amor recobrado¨y por el que pude rastrearla en internet y descubrir quien había sido, pero hoy no puedo dejar de poner esta hermosura. Disfruten.

A mi corazón
                   Dolly Mejía 



Pequeña flor de mi sangre
que entre mi pecho palpitas:
¿Por qué cuando él me sonríe
como una hoja te agitas?

¿Por qué aceleras tu ritmo
cuando me toma en sus brazos
y el aliento me contienes
cuando le escuchas sus pasos?

Y te asomas por mis ojos
para besarle su pelo;
y te estremeces de angustia
cuando no puedes tenerlo.

Y de su boca y sus manos
has creído ser el dueño.
¡Pobre corazón! qué triste
cuando se acabe tu sueño

viernes, 18 de abril de 2014

Vida

Justo antes de que naciera mi hijo mayor, en los afanes de arreglar su cuarto, ordenar su ropita y alistarlo todo, descubrí que en la jardinera de la ventana que daba para el cuarto del bebé, había una tórtola echada entre las matas de Curazao que habíamos sembrado mi esposo y yo meses antes, y que ahora estaban florecidas por el fuerte verano que había en ese entonces. La jardinera era grande, hacía parte de la fachada del edificio, entonces había espacio suficiente para que pasara todo lo que con los días pudimos presenciar; fuimos viendo a través del vidrio cómo iban transcurriendo las cosas para ellos, cómo la tórtola puso los huevos primero, luego voló a traer pajitas para hacer su nido alrededor de éstos (en lugar de tenerlo listo desde antes, como nosotros lo estábamos haciendo para recibir a nuestro hijo) y esperó pacientemente un par de semanas, contando siempre  - cómo en mi caso - con la ayuda y presencia del macho. Nuestros polluelos nacieron casi al mismo tiempo, el nuestro mucho más hermoso que los de ellos, que eran dos ojones cuellilargos de pocas plumas; aunque menos lindos, eran alados y muy pronto pudieron volar, dejándonos atrás. Fue hermoso ver como la naturaleza nos puso ese espejo al frente, como preparándonos para lo que vendría, como dándonos un ejemplo, como trayendo la vida hasta nuestra ventana.

Han pasado casi diez años, y hace un par de semanas se repitió la historia. Ahora vivimos en otra casa donde la jardinera es pequeña,  y la mata está muy seca, casi muerta. Esta vez no hay macho junto al nido y la tórtola ha pasado todo el tiempo sola cubriendo sus dos huevos, sin importarle los aguaceros que ha tenido que soportar en el duro abril de lluvias mil. Mis hijos han podido ver todo el proceso a través del vidrio y han cuidado a su mascota (como han querido llamarla): no hemos abierto la ventana desde entonces y hasta cerramos la cortina para que no se asuste con nuestros movimientos (sólo la corremos para "darle vuelta"). El jueves santo, cuando iba hacia la cocina para preparar el desayuno, corrí despacito la cortina para ver como había amanecido nuestra madre soltera y pude ver un huevo roto, otro intacto y un polluelo chiquitico junto a la carita asustada de su madre. 

No creo que sea muy común que esto pase, o si pasa, a mí nunca nadie me ha contado algo así, y para ponerle romanticismo, prefiero pensar que en esta familia tenemos algo especial que les gusta a los pajaritos. Sé bien que no son el pájaro más hermoso, pero no entiendo el odio que siente cierta gente por las tórtolas. De nuevo la vida toca a nuestra ventana y esta vez lo he disfrutado mucho más, porque tengo a mi lado a mis polluelos, que ya habían oído la primera historia de mi boca y ahora  pudieron vivirlo todo.